lunes, 18 de abril de 2011

Nosotros queremos a nuestro mendigo


Qué hermoso es ver cómo nuestro mendigo dobla la esquina y avanza hacia nosotros, totalmente alienado. Una sobrecogedora maraña gris envuelve su cabeza, de pelo y barba por fuera y  de humo por dentro.
Se viene de costalete, con la mirada perdida más allá de nuestra  presencia. Nos ignora al pasarnos por al lado. Pero eso no nos ofende, porque como sabemos de su alienación, nosotros, que somos seres útiles a la sociedad, inteligentes y debidamente adaptados podemos comprenderlo.
A veces nuestro mendigo tiene a bien dirigirse a alguno de nosotros y  entonces ese momento se convierte en un hecho trascendental para cualquiera que se precie de hijo no putativo de nuestra comunidad.
“El Múltiple Indumentaria hoy me pidió un cigarrillo”. “El Múltiple Indumentaria me pidió algo para comer”. “El Múltiple Indumentaria se durmió en mi zaguán”. Y es que cuando este venerable paria  recurre a alguno de nosotros en pos de satisfacer algunas de sus elementales necesidades, nos rescata de nuestra  pequeñez cotidiana y exacerba nuestro espíritu de gentes de bien hasta niveles absolutamente paroxísticos.
En efecto, acicateado por alguna necesidad básica él suele interpelarnos a la manera de un Diógenes moderno, sin farol y con apenas un perro. 
Y ustedes, que son absolutamente ajenos a nuestra comunidad se preguntarán, con legítima curiosidad por supuesto, por qué nos resulta tan importante ser requeridos por nuestro venerable menesteroso. La explicación es bien sencilla: él NECESITA  de nosotros. Y su necesidad confirma nuestra humilde superioridad. Así de simple. Un perfecto sistema de correspondencias donde todas las partes son felices.
Sin embargo, siempre hay algún individuo de mala entraña que viene a turbar este equilibrio perfecto entre la gimnasia de la piedad y la encarnadura de la miseria.
Ocurrió un día, por suerte ya casi olvidado, que alguien reparó que en el paisaje de nuestra ciudad estaba faltando la familiar silueta encorbada del  Múltiple Indumentaria, que  como ya se habrán dado cuenta es el nombre con que identificamos a nuestro benemérito croto, y esto a causa de su excéntrica manera de vestir consistente en una original superposición aleatoria de prendas cochambrosas.
      Primero fue una sensación de extrañeza, preguntándonos adónde podría haber ido tan limitado individuo. Luego, una vez comprobada su ausencia, nos fue ganando la angustia, la desesperación y en algunos casos hasta se llegó a hablar de vacío existencial.
El sólo pensar los innumerables riesgos y vejaciones de las que pudiere estar siendo objeto  el  Múltiple Indumentaria nos aterraba y nos hacía perder la fe en la humanidad. Porque en medio de la desazón una certeza sí teníamos: nuestro pordiosero había sido raptado.

Así fueron pasando los días, y a pesar del desconcierto que significaba vivir sin la presencia de nuestro obnubilado amigo, no nos dimos por vencidos. Decididos a recuperar a nuestro miserable, hicimos las denuncias pertinentes y dimos parte a todas las instituciones posibles.
Un comité de crisis se  contactó con todas las fuerzas de seguridad internas, con las policías de países vecinos, bomberos voluntarios, la Cruz Roja, Médicos sin Fronteras, Cascos Blancos, los Rosacruces,  el Convento de Meretrices de Santa Magdalena y los Pare de sufrir.
No quedó sin visitar ningún medio de comunicación pequeño o grande ni clubes de jubilados, ni polirubros ni autorsevicios. Toda organización pública o privada fue blanco de los cartelitos hechos con una compu que informaban –a la vez que clamaban- por averiguar el paradero del  Múltiple Indumentaria.
Además para reforzar la eficacia  de los cartelitos, se incluyó una foto que alguien alguna vez hubo tomado con un celular. Foto que terminó de partirnos el alma, pues si bien su reproducción en fotocopia resultaba ser una irreconocible mancha borrosa de grises, para nosotros el contorno de esa mancha nos devolvía la amada silueta perdida. Algunos hasta lloraron al verla.
Pero como somos una comunidad muy luchadora, finalmente nuestro esfuerzo tuvo su recompensa.
Al principio fue un rumor, que nadie se animó a tomar en serio por miedo a desilusionarse.
Luego, la voz se fue haciendo más intensa hasta que un reconocido miembro de nuestro pueblo lo anunció  intentando un tono firme y masculino, pero que no alcanzaba a ocultar una emoción que lo aflautaba de tanto en tanto.
-“Apareció el Múltiple Indumentaria. Lo están trayendo”- dijo el conmovido vocero.
Pasado ya el tiempo – ni siquiera queremos saber cuánto- el mal trago se fue borroneando tal  como se deshacen los conceptos en la mente de nuestro alienado.
Hemos vuelto a ser tan felices como antes, nosotros dando alguna sobra y el tomándola de nuestra mano o directamente del tacho de basura.
Sin embargo, de vez en cuando, una leve sombra de angustia pasa como un chicotazo por los cielos de nuestro caritativo pueblo y nos deja sin aliento.
De a poco, murmurando apenas para no tener que oír lo terrible de nuestras preguntas, algunas ideas se asoman a nuestras bocas y hielan nuestras almas: ¿Qué hubiese pasado si no encontrábamos a nuestro mendigo? ¿Y si  lo hubiesen asesinado? ¿Qué edad tiene? ¿Y cuándo se nos muera qué haremos? ¿Habrá algún lugar dónde comprar un alienadito chiquito para ir criándolo? 
Entonces de pronto aparece él con su figura desarrapada y su pelambre flotando en el aire caliente del verano o escarchada por el invierno y todo vuelve a la seguridad que él nos inspira. Porque él es eterno, como la miseria misma, ¿O acaso pobres no hubo siempre?
Algunos relatos truculentos  intentan explicar las causas de aquella desaparición.
Por ejemplo, uno cuenta que nuestro Múltiple Indumentaria habría sido secuestrado por un pueblo vecino, incapaz de tener sus propios crotos. Otro afirma que fue objeto de una experimentación científica consistente en suministrarle alcohol bajo la forma de vino o ginebra, para observar su comportamiento en caso de abundancia extrema.
 De todas, la tesis que más nos horroriza, al punto tal de llevarnos a un estado de repulsión que termina dando vuelta el estómago de los ciudadanos más sensibles cada vez que se la menciona, es esa que sostiene que nuestro miserabilísimo paria fue abducido por un equipo de deleznables marquetineros con el repugnante propósito de usarlo como objeto de marketing político.
Sabido es que estos sujetos carecen de toda moral y en aras de lograr un voto pueden usar los intestinos de sus santas madres para fabricar los choripanes necesarios para una movilización.
La cosa parecería ser, entonces, que estos abyectos profesionales habrían entendido que ya no alcanzaba con un candidato sonriente al pedo, que diera la mano a todo el mundo  y corriera el riesgo de contraer paperas  besando niñitos desconocidos. Algún pérfido creativo, de paso quizás por nuestra amada comunidad, habría vislumbrado en nuestro cirujón al sujeto ideal para la gran foto de campaña.
Imagínense ustedes. ¿Existirá el votante de tan mala entraña que no se conmueva con esos ojos  borrascosos mirando la cámara con el abandono de los que ya ni están, y al lado, tomando su mugrosa mano, el candidato X y su solvencia frente a ese despojo viviente? ¿No habla eso de la compasión, el coraje y la fortaleza estomacal y moral del candidato X? Y si tiene semejante fortaleza, ¿no será la mejor opción para tragarse cualquier chanchuyo y agarrar  lo que venga?
En nuestro distrito las gentes de bien queremos pensar que no existen seres de cataduras tan bajas. La sola mención de que el Múltiple Indumentaria  haya sido sometido a tan vil proyecto lastima profundamente nuestra sensibilidad.
En fin, para alejar esas pesadillas del pasado  y  con el objeto de disfrutar la dicha que la Providencia nos da a diario hemos decido dejar  a nuestro buen linyera deambular libremente por la ciudad.
Y no es que antes no lo hubiese hecho, no. Lo que ocurre es que luego de su regreso creímos conveniente internarlo en una institución donde  pudiera estar debidamente protegido. Del mismo modo  bien intencionado con que  se suelen llevar a esos lugares a las abuelitas y a los abuelitos para que estén mejor.
Pero fue como encerrar un cóndor en una jaula de canario. Él es un espíritu libre y su valor radica en ello. Nosotros creímos hacerle el bien, pero en realidad lo que hacíamos estaba movido por el egoísmo de saberlo más propiamente nuestro.
Menos mal que recapacitamos casi instantáneamente y lo dejamos salir. Algunos miembros poco dignos de nuestra comunidad insinuaron insidiosamente que también deberíamos dejar salir a las abuelitas y a los abuelitos.
No se qué habrán querido decir.
Estamos orgullosos de ser como somos. Derechos y humanos. Recuerdo que una vez tenía una calco pegada en el auto. Nosotros queremos a nuestro mendigo.
Y pocos pueblos pueden decir eso.

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